Para MC.
Me sentí tan triste que quería llorar, era un día normal, tan decepcionado de la vida nuevamente, caminé hasta la habitación y comenzó esa debilidad en el cuerpo, sin fuerzas me tumbé en el sillón que colinda con él colchón viejo que tengo por cama, sentí esa debilidad que da por culpa de la amargura, estaba tan decaído que sólo alcanzaba a apretar la copa en mi muerte sin sepulcro.
Al darme cuenta y para variar, una vez más la estaba llorando, una vez más encerrado en ese mundo de cuatro puertas, azorado de alcohol, aplacando la amargura, borrando de mi corazón aquel amor tan profundo, repasando el dolor sin conseguir olvidarla.
Lloré y grité al cielo ¡¿Dónde estás amada?! Me surgió la humillación, pero de alguna manera fue gratificante, una especie de “cura por el habla” que psicoanalíticamente me practicaba mi nueva novia soledad.
Repasé lo qué pasó con su amor que fríamente se desmoronó, qué sin lamento alguno me dejó embaucado en el sillón de la decepción y la penumbra, como si no sintiera mi alma esa tortura que se traga toda la maldita ilusión.
Me pregunté, ¿Qué hago ahora para terminar con este maldito tormento que inunda mis ojos de oscuridad? ¿Cómo dejar de apuñalarme el corazón?
El cuarto se lleno de humo y alcohol sin encontrarla, el sol se deshizo, quedándome sólo al final, sin tener valor para salir de aquel dominio fatídico, tan bochornoso pero al final tan dulce y tan sutil.
Era tarde y me perseguía la sombra melancolía, la iracunda ira contra mi mismo, la creación de su desamor, las penas al ver pasar sus recuerdos en fotos, el desencuentro infernal con la felicidad y de nuevo surgió el agua cristalina que corría por los ojos.
Pensamiento enfocado de su aroma en mi nariz, su piel en mi piel, su cuerpo en mi cama, su sábila en mi boca y su negro corazón con mi desconsuelo.
La palabra María se repetía en la garganta, condenado a morir en aquel desierto, en el tiempo que se perdió en algún lugar de la historia de su incomprensión y aunque es humillante y sin importancia alguna, sabía que ya no podría gritar nunca más ¡amor nos volveremos a encontrar!
Se perdió en su orgullo, no tuvo un poco de piedad como ayer ni nunca para el ser que sólo pedía un poco de comprensión y cariño, un poco de néctar porque moría con sed de su amor.
Más la flor murió al oscurecer la luz de día, golpeándome el pecho su sombra melancolía con su aire espeso de epidemia de peste.
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