Para Alfonsina Amingst, reflejo de humanidad
Solo caminar por la inmensa barra de la vida, de aquella discoteca de plata. Como ángel intelectual apareció en el asiento siete de la pasión, con sus lentes de diva y cuerpo de escultural figura, ninfa de ensueño, diosa que a partir de ese día se convertiría en la dueña de mis desvelos.
Me acerqué y me escuchó, al son de la salsa se incrementó la pasión y el deseo, mientras ella odiaba la razón de un sentimiento prohibido, de un amor que no podría pasar las fronteras de la Ilusión, sí, así se llamaba aquella discoteca, Ilusión, ubicada entre calle Melancolía y Corazones Rotos esquina.
Después de aquella noche, la vida se confabuló en mi contra, la busqué por todas partes sin tener rastro alguno, luché contra el destino hasta que sucedió el milagro.
En la facultad de ciencias, una fría mañana de noviembre sentada en el banco quinto que antes le perteneciera a la facultad de Derecho, con una libreta en mano y con brío en sus ojos estaba ese ángel vestido de primavera, era Alfonsina la del bar.
La encontré tan hermosa, con su cabello negro, ojos cafés claros, de sonrisa inquietante, escultural figura, deidad de mis sueños, rostro plagado de simpatía, rosa del jardín del edén.
Desde el mismo momento en que toqué su espalda con mi dedo tembloroso, sentí cómo todo el amor rodeó el lugar con aroma de flores, qué dicha más grande cuando al reconocerme se abalanzó a mis brazos, tal como si fuera un encuentro de fines de guerra, entre el soldado que regresa de la infame batalla y su bella mujer, pero como toda pasión imposible debe detenerse, hasta allí llegó la vida, o simplemente se detuvo por un segundo.
Luego vinieron los encuentros “casuales” fuera de clases, las huidas, no existíamos más que los dos en nuestro perfecto mundo de cristal, el amor desbordándose por nuestros poros, la inmensa felicidad de tenernos el uno al lado del otro, la insolencia del deseo encima nuestro pero también sabíamos que nada era real, al tiempo que se acercaba cada vez más el dolor, tal como lo sentíamos cuando nos separábamos, cuando teníamos que volver con cada cual, más el sufrimiento nos apuñalaba el corazón de maneras poco imaginables pero dolorosas al final.
El tiempo desde aquella dura separación no ha pasado por mi mente y mi corazón, sigo en su búsqueda y ella en mi desencuentro, la tragedia acecha y mata, pero no lastima más que la despedida.
Aristóteles decía que “la esperanza son los sueños de los hombres despiertos”, es por eso que precisamente hoy en una noche cálida de noviembre, me encuentro en la calle Melancolía y Corazones Rotos esquina, al pie de la barra del mismo bar, esperando encontrarla en el asiento número siete de la pasión, a mi Alfonsina, la ninfa del bar.
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