lunes, 6 de septiembre de 2010

LA MISERIA: EL CUENTO QUE NO QUISE CONTAR

Me pongo cómodo en mi alcoba, la ventana abierta, un espejo medio roto, frente al escritorio con un cigarro en la boca el humo va golpeando mi cara, bebo un poco de agua cada que se reseca la garganta, escucho exquisita trova.
Más de dos horas intentando escribir una historia y nada, comencé a ofuscarme, a romper montón de hojas casi en blanco, me vestí con lo primero que encontré, salí a caminar, mientras despejaba la mente pensaba en diversas opciones, incluso especulé en plagiar alguna historia de Gabriel García Márquez, analizando algunas de sus obras, comenzando por Crónicas de una Muerte Anunciada hasta Vivir para Contarla, pero ¿donde quedaría mi ética? y aún más, la falta de respeto a quien ha sido maestro y amigo, más no es que haya tenido la grata impresión de tenerlo conmigo en alguna que otra charla, pero se dice que “el leer los libros de todos los tiempos es como tener una conversación con todos los escritores que han pasado por todos esos años”.
Pensando que crear, pero moría en cada intento, podían pasar las historias más asombrosas, eróticas, peligrosas y misteriosas, pero ya tenían todas un parecido con alguna historia de célebres legendarios escritores, mi mente se cerró a toda posibilidad de una buena historia.
De regreso a casa me encontré con un niño a las afueras de un antro, que tenía más pinta de cabaret barato que de bar mal añejado, cansado de andar me senté a conversar a su lado y sin alzar la cabeza me pidió una moneda levantando temblorosamente la mano, media curtida y sucia con sus uñas que no eran negras sino azules de la mugre acumulada, estalló en sollozo trágico demostrando la maldita vida que lo acechaba, quiso correr y lo agarré suavemente del brazo, al darse vuelta no era más que un anciano de unos 10 años con el rostro apaleado, moreteado, con ojos tan hinchados de lagrimeante sangrado y en mi mente impávida solo el eco de mi frustrante rencor agrio, de la puta pobreza y sus amargos rostros destrozados.
- ¡No te marches!, le dije suavemente.
Se sentó angustiado, con vergüenza de mostrar su cara, lloraba, y solo de cansado no pataleaba, no sé como no me atreví a llorar mientras me desgarraba por completo el corazón, no sabía que le acontecía.
- ¿Qué angustias tienes en tu alma?
Solo respondió con una maraña de palabras, una hilera torpe que se enredaba con la garganta mientras las lágrimas no cesaban, no podía entender nada, al tiempo que le pedía que se tranquilizara.
Una vez recobrado el aliento supo indicarme.
- Mi padre casi siempre me mata, con golpes de puño, cachetadas, patadas, sin mencionar las simples pisadas, no necesita estar ebrio para hacerlo, y peor aun si no llego con los desgraciados dólares.
Me di cuenta que simplemente aquel juguete niño era muñeco de arena a favor de la desgracia.
- ¿Para qué el dinero?
Pensó, retomó un sorbo de aire amargo, respondió indignado
- Es para mi padre, él no trabaja, lo perdió todo en una feria de bancos congelados o algo así, se fue un presidente y muchos se quedaron sin el camellito y me toca mantener el hogar, pero la lustrada, la caridad ya no alcanzan.
Seguramente se refirió este niño a aquel feriado bancario, a los gobiernos corruptos y gobernantes que grandes arcas estatales se han llevado junto a nuestras esperanzas y dignidad humana, que marcaron la vida de muchas personas. Comprendí también que al referirse que la lustrada y la caridad no alcanzan, es posible que en un futuro ese niño sin educación, sin valores y sin buenas costumbres, de condiciones precarias, entrará a ser parte de los pequeños bandidos de nuestras veras, sin que se salve de la putrefacta cárcel del mañana.
Se logró soltar de mi mano, corrió, mientras inmóvil observaba como la injusticia en rostro de amargo niño se alejaba, para ser simple historia que estaba buscando.

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