Casi siempre suele suceder que el amor ciega a las personas que no quieren ver más allá de su mundo, sin desearlo o al menos sin pensarlo.
Por aquella ocasión, Anny todos los viernes se encontraba con Byron al pie de la barra, conversaban y bebían casi toda la noche hasta que el bar cierre sus puertas. Hasta allí llegaba el candor de su vida y comenzaba la tortura de una semana interminable de solo pensarlo, de no tenerlo a su lado, sin tener el exquisito aroma de cerveza y cigarro que salía de su boca cuando se inspiraba y refunfuñaba de la vida o conversaba de Márquez y sus obras, sin verlo, sin poder mirar a sus ojos llenos de tristeza y misterio.
Dos años atrás se habían conocido en aquel bar, ella con sus amigas y él, como de costumbre, solo en la silla siete con una cerveza y la cabeza gacha, más le dio por acercarse a él y entablar conversación, los dos se encontraron admirados de la intelectualidad del otro mientras bebían y fumaban dulcemente.
Más nadie pensó que se enamoraría perdidamente de él.
Algún siete de febrero le daría la grata sorpresa a su acompañante de tertulias al llevarle tan enorme regalo de cumpleaños, él no quiso aceptar ya que debía ir al festejo que le tenía su novia de hace tres años, ella pudo ver la cruel realidad que se dibujaba en aquel momento, pero al final insistió tanto que se lo llevó agradecido en su brazo.
Al abrir el paquete Byron observó que era un encendedor y un libro de Sartre, específicamente “la Nausea”, se encantó y sonrió al ver tamaño regalo, al libro lo arrinconó en su perchero al lado de “El Diablo y Dios”, más no se daría cuenta de la inscripción sino años más tarde.
Llegó el próximo viernes al de su cumpleaños, la esperó y nunca llegó, pasaron los viernes y no aparecía por ningún lado, es cuando se hizo a la idea de no volverla a encontrar.
Por alguna ocasión la vio en un carro blanco cerca al parque central, corrió a toda velocidad pero fue imposible alcanzarla. Pasaron los meses y años, terminó con su novia por esas cosas donde intervienen terceros, tal vez más guapos o con más dinero quizás, al tiempo que caía su venda de los ojos.
Era viernes y al mirar en su perchero vio un libro café polvoriento, lo sacó y fue al mismo bar, pidió su cerveza de costumbre y echó a leer, se encontró con un mundo tan sorprendente y al acabar de leer vio la inscripción con lápiz que decía:
“Algún día espero y quiero ser tu Anny, con cariño Dayana”
Hasta ese momento Byron no había sabido que su compañera de filosofía y tragos de hace algunos años tenía aquel nombre, pero con un seudónimo que daba mucho a Sartre y que le daba inspiración a la vida del escritor y su lector.
Empezó la búsqueda por todas partes, necesitaba verla y pedirle perdón por su ceguera, por no haber visto más allá de lo que apuntaba su nariz, dos años de búsqueda por todas partes y con la ilusión de que un viernes aparecería en el bar del encuentro, más no sucedió.
Un veinte de febrero de algún año después, el bar se encontraba por primera vez cerrado ya que había fallecido el padre del dueño de la taberna y sin tener nada que hacer fue a otro, y allí estaba ella, tan hermosa y radiante cual ángel en tiempos de guerra, estaba con las mismas amigas de aquella primera noche, no la había reconocido así en el bar, no había podido palpar la belleza de sus ojos saltones y su boca de fresa, tenía miedo que no fuera ella, pero se envalentonó y se acercó a ella.
-Anny?
-Hola Byron
Se levantó de su asiento y se dieron un gran abrazo, le pidió cinco minutos para conversar, ella accedió. Le contó todo lo que había pasado desde aquella vez que le había dado tan increíble regalo, de la falta que le había hecho, más ella no pudo conversar mucho ya que sus amigas se iban del lugar, intercambiaron teléfonos y la cita quedó para el próximo viernes pero no en el mismo bar, ya nunca más sería en el bar de los encuentros.
En la avenida Melancolía se sentaron a tomar un café con su cómplice el cigarro, el clima estaba frío, él con el libro en la mano y dieron lectura a las frases que más los había impactado, conversaron de sus vidas hasta que para Byron llegó lo último que pensaba escuchar:
-“Estoy casada y feliz, con una hermosa niña, vivo en la capital y regreso el próximo martes.”
Byron solo supo ser político o hipócrita que es lo mismo y desearle la mayor felicidad para ella y su familia.
-Bueno tengo que irme.
-No te vayas! dijo Anny
Lo agarró sutilmente de la mano para que no se marchara, y de la nada nació un gran beso, que no sólo lo sintieron los labios sino también sus almas, luego les entró una vergüenza de nada, él le devolvió el libro y le dijo que ese era su regalo.
Quedaron en salir al otro día, el bar era el mismo del encuentro de aquella primera vez, él la esperó y la esperó, más nunca apareció, la llamó al teléfono que desde aquel día había dejado de ser de ella, volvió a la búsqueda y nunca más la encontró.
A día de hoy, ella vive en su palacio con su Romina y su buen esposo, o al menos así él la sueña mientras juega a ser escritor esperando algún día encontrarla o al menos al libro que desde aquel momento en que se lo había entregado había provocado un vacío en su alma.
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